lunes, 17 de octubre de 2011

Érase una vez...

Érase una vez un mundo. Y no hablo de un mundo cualquiera. Tampoco de un mundo físico. Hablo de un mundo cuyos límites están marcados por la imaginación. En este mundo, nada y todo son lo mismo, y el amor y el odio viven juntos. Los animales y las cosas hablan, los sonidos son increíblemente bellos y hay colores que jamás se han visto en ningún otro lugar. En este mundo, los muertos dan señales de vida y los vivos, a menudo, parecen estar muertos. En la costa, una sirena tararea una cancioncilla que volvería loco a cualquier hombre, mientras un dragón adorna el cielo nocturno con juegos ardientes. Y, sin embargo, también hay espacio de sobra para cosas que existen también en nuestro mundo físico. En este mundo hay un amplio espacio para acontecimientos tales como la Segunda Guerra Mundial, y uno puede dar la vuelta a la Tierra. Pero, para esos exploradores a los que les gusta ir más allá, hay tantos otros mundos por descubrir. Mundos paralelos al nuestro, mundos muy parecidos y también mundos completamente ajenos. En este mundo, todo está del revés y del derecho. Las risas se confunden con las lágrimas, y los sueños se vuelven tan sólidos que parece que si alzas una mano podrás palparlos. Los habitantes de este mundo son, en todos los aspectos, de lo más variado. Altos, bajos, gordos, flacos, con ojos verdes, con ojos azules, sin ojos, con un ojo, con dos, con tres, pelo verde, naranja, amarillo, rosa, pero.... ¿Para qué enumerarlos? Son infinitos. También es infinito el propio mundo. Y por ese infinito se extienden las geografías más comunes y extraordinarias que uno pueda sugerir. Los creadores de este mundo han nacido y han muerto, aunque algunos no han nacido ni muerto aún. Los llaman escritores, cuentacuentos, inventores de historias, narradores o, sencillamente, gente con imaginación. Los estudiosos de este mundo son, en su mayoría, lectores. Tú mismo eres uno de ellos en este momento. Pero los que lo son y serán por siempre son aquellos para los que los seres que conozcan estudiando ese mundo significan algo. Pueden quererlos, odiarlos, amarlos, entenderlos, enfadarse con ellos, escucharlos, defenderlos, razonar sus ideas, estar de acuerdo con ellos... En definitiva, son las personas capaces de tratarlos como alguien más de su entorno físico. Son las personas que aman pasar parte de su tiempo (cuanto más, mejor) junto a ellos. Todo lo que uno necesita para saber qué es ser un verdadero lector es aprender a sentir la emoción de cada nuevo libro que cae en sus manos, de cada nueva historia por descubrir. Y, aún más hermoso, es ser capaz de sentir lo mismo cada vez, de redescubrir una historia ya conocida. Porque no hay compañero más fiel y ameno que un libro.