sábado, 27 de febrero de 2010

Las historias del reloj

Tic... tac... tic... tac... tic... tac...
Alguien llamaba a la puerta. Oí que iban a abrir, pero no me moví de donde estaba.
Tic... tac... tic... tac... tic... tac...
Mi madre entró en la habitación seguida de alguien más. No los miré, pero sabía que era mi madre por su forma de andar, arrastrando los pies como si estuviera patinando en lugar de caminando. En cuanto al desconocido, tenía una vaga idea de quién podía ser.
Tic... tac... tic... tac... tic... tac...
La aguja avanzaba al mismo ritmo de siempre, dando vueltas y vueltas. Me encantaba esa aguja. Segundero, se llama. Pero no entiendo muy bien su función. Mi madre dice que es para marcar los segundos, pero en realidad le preocupa que yo me fije en ellos. La oigo llorar a veces, sin saber como apartarme de mi querido reloj. Pero, aunque pueda parecer egoísta, no voy a cambiar mi actitud por ella.
Tic... tac... ti...
-Esto... de acuerdo, creo que es mejor que nos deje a solas.
Fruncí el ceño, tremendamente molesto.
¿Cómo se atrevía aquel estúpido a interrumpir a la aguja? La aguja habla. Cuenta historias. Y odio que no me dejen oírlas. Al menos, ya sabía algo. El invitado era, tal y como yo creía, el médico.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Por su culpa, la aguja hablaba más rápido, intentando contarme sus historias lo antes posible, evitando así que me perdiera demasiados trozos de la historia. Mi madre salió de la habitación arrastrando los pies, como siempre. Oí como el médico se sentaba, pero lo ignoré. Estaba nervioso, podía sentirlo.
Tic... tac... tic... tac... tic... tac...
La aguja había recuperado su ritmo normal, pero su tono era receloso, como si temiera una nueva interrupción. Y era lógico. La gente tiene la estúpida necesidad de intentar destacar, aunque con ello interrumpan a los demás. Tanto la aguja como yo sabíamos que una nueva interrupción no tardaría en presentarse.
Tic... tac... tic... t...
-Bueno, chico, me gustaría hablar contigo un momento. ¿Podrías prestarme un poco de atención? Será sólo un momento.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
De nuevo un aumento de ritmo. Y a mis ojos intentaban asomar las lágrimas. Noté cómo mi cara se enrojecía de furia y apreté los puños. ¿Pero qué se creía este hombre?
Tic tac tic tac tic tac...
El hombre pareció darse cuenta por fin de que sus palabras no eran bienvenidas, porque se quedó un buen rato callado.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
Eso es, no te preocupes, no te alteres. Continúa como siempre...
Tic... tac... tic... tac... tic... tac...
Bien, ahora estaban mejor las cosas. Nos seguía molestando la presencia del intruso, pero era soportable. Duró poco. Pronto noté que se acercaba a mí. Me observaba fijamente. Nunca entendí por qué la gente hace eso. No debería estar permitido mirar tan fijamente a alguien cuando no te está hablando. La aguja pareció enfurecerse una vez más, pero traté de transmitirle que todo iba bien, asi que no llegó a acelerar el ritmo.
Tic... tac... tic... tac... tic... tac...
Continúa, te escucho. Pero entonces...
Tic, tac, tic, tac, tic, tac...
No, el hombre no había hablado. Pero era peor. Me cogió la cabeza entre las manos y me intentó girar la cara hacia él. Gruñí roncamente. Ni recordaba la última vez que había emitido el menor sonido.
Tic tac tic tac tic tac...
Ambos, la aguja y yo, nos estábamos poniendo peligrosamente nerviosos. Al principio intenté resistirme ignorándole, seguí mirando a mi amiga. Pero el cuello no tardó en empezar a dolerme. Y entonces ocurrió.
Tictactictactictac....
Me había levantado y había agarrado al hombre por el cuello, pegándolo contra la pared. Me lleve por delante su silla, pero no me importó lo más mínimo.
Tictactictactictac...
Por un momento creí que la aguja se iba a volver loca. El hombre intentó desasirse, pero yo tenía mucha más fuerza. Aún así, me ayudé con la otra mano, para asegurarme de que no podía escaparse.
Tctctctctctc...
La aguja estaba tan nerviosa que empezó a hablar demasiado deprisa, y las palabras se le atropellaban.
-Para ese reloj. Páralo- la voz del médico era apenas audible, pues le faltaba el aire.
Tictactictactictac...
No, no podía. ¿Cómo iba a mandar callar a mi mejor amiga? No podía hacerle eso, no me lo perdonaría nunca. La cara del médico pasó del rojo al violeta, y luego al azul. Los ojos parecían estar a punto de salírsele de las órbitas.
-Páral...
La voz ya no le salía. Dudé un momento, pero la aguja me incitaba a seguir.
TICTACTICTACTICTAC...
"Mátalo, acaba con él, no es más que un estorbo", me decía. Y era cierto. ¿Cómo podía haber dudado siquiera? Tenía razón. El hombre se convirtió de pronto en un fardo, un peso muerto. Mis manos eran lo único que le impedían desparramarse en el frío suelo de baldosas del salón. Con un suspiro, la aguja pareció recuperar de golpe toda su calma.
Tic... tac... tic... tac... tic... tac...
Solté a aquel estúpido que se había atrevido a interrumpirnos y me senté sonriendo frente al reloj. Continúa, quise transmitirle. Y ella, feliz de tenerme de nuevo a su lado, continuó felizmente contándome sus historias.
Tic... tac... tic... tac... tic... tac...

viernes, 19 de febrero de 2010

La despedida

Resopló. Estaba harta de la situación.

-Esto es ilógico- le espetó. Pero él , en contra de todo pronóstico, rió.
-No creí que volviéramos a dirigirnos la palabra -respondió-. Y, sin embargo, fíjate. Estamos hablando muy bien.
-Esto no tiene la menor lógica -insistió ella.
-¿Lógica? -se extrañó él-. ¿Es eso lo que tanto te molesta? ¿La falta de lógica? Pero, dime, ¿alguna vez ha habido algo lógico en todo esto?
Ella se mordió el labio inferior, consciente de pronto de la razón que él tenía. Todo era extrañamente irreal. Nada tenia sentido. De hecho, casi había olvidado lo que significaba eso.
-Pero... espera. ¿A ti no te molesta? ¿No te da miedo no entender nada? -preguntó, insegura y mareada. Él volvió a reir. Reía a carcajada limpia. Y su risita de duende le hizo perder el equilibrio. Se apoyó en la pared, ansiosa. Le faltaba el aire. Todo giraba, el mundo a su alrededor se movía de un modo incomprensible. Cayó de rodillas, cerró los ojos con fuerza y se agarró la cabeza, incapaz de soportarlo más. Y ya no los abrió.
Él se quedó observándola en silencio, viendo como se deshacía hasta convertirse en cenizas que un viento salido de ninguna parte se llevó. Cuando hasta el más fino resto de polvo ya revoloteaba con el viento, respondió:
-Por supuesto que no me molesta. Lo que me da miedo, precisamente, es la lógica. La incomprensión, después de todo, es lo único que me ayuda a seguir vivo.
Y dicho esto, dio media vuelta y se fue.